Los primeros ecologistas fueron cazadores. A ellos se debe la protección de los ecosistemas más sensibles y determinantes de España, desde Doñana a Covadonga; a ellos la fundación de primeras organizaciones conservacionistas, ADENA (WWF) o Seo BirdLife; a ellos, o nos olvidamos de Félix Rodríguez de la Fuente o Miguel Delibes, la defensa y difusión de la conciencia ecológica, la defensa de las especies en peligro y la necesidad de preservar el medio.
Caza y conservación avanzaron en hechos y cambios en las pautas de comportamiento del colectivo de la mano y de la mano siguen yendo.
Quienes tomaron una derrota diferente fueron ciertos sectores ecologistas que en un breve periodo de tiempo sufrieron un proceso de radicalización y politización derivando cada vez más hacia posiciones más extremistas y a comportamientos cada vez más agresivos y del máximo desprecio contra la caza, actividad que consideran, cada vez de manera más encendida y ya sin tapujos, que debería prohibirse, aunque conscientes de su arraigo e importancia, prefieren ir impidiendo y extirpando paso a paso.
No están lejos en el tiempo los días en que esa virulencia no era tal, o al menos eso es lo que pregonaban –de manera mendaz por lo demostrado después– santones muy bien subvencionados como el ínclito Araujo o un tal Domínguez, ahora Lobo Marley, y la colaboración y el contacto y debate eran elementos cotidianos y en muchos casos muy fructíferos.
Y de hecho siguen existiendo por parte sobre todo de aquellos que en verdad trabajan por la conservación y sobre el terreno, como la Fundación Oso Pardo o el proyecto por la recuperación del lince, entidades sin notoriedad impostada a base de pantomimas televisadas pero que son las que logran avances y frutos.
Pero entre los ‘hegemónicos’, lo que se buscó fue otro rédito mas crematístico y más político y ahí el extremismo se fue imponiendo en muchas organizaciones, como la citada SEO o WWF, donde los cazadores fueron marginados cuando no directamente expulsados por su condición de tales; y en otras fue desde su inicio su principal seña de identidad, como los casos de Greenpeace o de Ecologistas en Acción, estos rápidamente vinculados a la izquierda extrema y capaces de hacerse arrumacos y apoyar y apoyarse incluso en los ‘batasunos’, y ahora convertidos en declarados activistas y punta de lanza ‘podemita’.
Hoy este sector, insisto que no único pero sí el que figura y aparece como hegemónico, es ya y sin tapujos anticaza y con tan clara adscripción política que figuran con sus siglas y ocupan escaños parlamentarios.
Era un final más que cantado, un destino que solo quienes se resistían a la evidencia, ingenua o interesadamente, se empecinaban en negar, y con ello debemos contar para el futuro.
Esos sectores ecologistas politizados y radicales son hoy, sin matices, los enemigos de la caza y todo su empeño se dirige a restringirla primero y a prohibirla en cuanto puedan.
El mundo cazador que ha avanzado en su senda conservacionista, cada vez más concienciada y respetuosa –aunque quedan residuos y hábitos terribles, canallas y perseguibles y hay que lograr su erradicación sin peros ni excusa alguna–, debe esforzarse y debe proseguir por ese camino con entereza y sin complejos y cada vez más orgulloso de su acción, con hechos y razones.
Con los conservacionistas, con los científicos, con quienes nos respetan, máximo respeto y colaboración. Contra quienes nos atacan y agreden por principio y sistema, con cada vez más contundencia y cada vez más a la ofensiva y la denuncia de su mentira y sus propósitos.
Pero algo ha surgido en el seno de ese ecologismo ‘talibán’ con lo que ellos no contaban y que lleva camino de convertirse en su peor pesadilla. Su deriva extrema, su radicalidad sectaria ha virado en una dirección que a ellos mismos desborda y supera.
El ecologismo ha dado lugar al animalismo y el paso siguiente ya no es abolir la caza sino cualquier acción humana del hombre en la tierra y hasta el hombre mismo. Porque ese nihilismo destructivo final, que considera al hombre culpable en sí mismo, corrompido, el cáncer asesino que ‘sobra’, que oprime al planeta y sojuzga, esclaviza y tortura a sus inocentes bestias, es lo que subyace detrás de esa filosofía ñoña y cursi, entre Disney y la bobería, pero totalitaria, prohibidora, liberticida e incluso violenta en la consecución de sus fines que consideran ‘sagrados’ y ‘verdad y bondad totales’, y por tanto con derecho a ser impuesto por la fuerza a todos los que no los suscriban a pie juntillas.
El ‘animalismo’ es ahora la tendencia hegemónica, provocada por la ignorancia supina y la memez asfáltica, por ese ‘cuerpo de doctrina’ emanando de Bambi y la extendida creencia de que para comer jamón no hace falta matar cochinos.
Ellos son quienes ahora les están comiendo la tostada a los politizados y podemizados ecologistas radicales y en ese pecado están pagando su penitencia. O mejor dicho, se están plegando a ella, porque hacia esos pagos se dirigen prohibiendo camellos en las cabalgatas y ovejas en los belenes y mañana supongo que vacas explotadas y rebaños esclavizados en majadas.
La tontería no conoce límites y además, como dice un sabio proverbio veneciano, «la madre de los tontos siempre está embarazada». En España, de mellizos. Y está claro, cada vez son más los que van ganando y avanzan.
Antonio Pérez Henares