Champions de la conservación

Varios amigos míos tuvieron la oportunidad de ir a ver al Real Madrid ganar su 14.º Copa de Europa en Francia en mayo del año pasado. Lo que iba a ser una experiencia de felicidad y disfrute, se acabó convirtiendo en una pesadilla que tardarán tiempo en olvidar. A uno de ellos le robaron el móvil y la cartera en dos puntos distintos del trayecto entre el autobús y el estadio. A otro, que iba con su familia al completo, les birlaron dos de las cuatro entradas que llevaban; su mujer y su hija decidieron irse de compras al centro y, por lo menos, los dos Javieres pudieron ver el partido en vivo y en directo.

Viví durante un mes en Saint Denis, hace más de treinta años. Al terminar la carrera, decidí que tenía que hablar bien tres idiomas y me fui a vivir a «París» durante tres meses. Casi con una mano delante y otra detrás, recalé en ese barrio gracias a un amigo chileno que me alquiló una habitación a un precio irrisorio.

En aquella época no había internet y, cuando llegué allí, se me cayó el mundo encima. Yo iba a la ciudad de la luz y acabé en el más infame y oscuro de los inframundos. Antes llamaban a esa zona «la pequeña España», porque muchos de los emigrantes empezaban allí su camino laboral en Francia, pero aquello se había convertido ya en aquella época en una barriada cutre del Magreb.

Allí conocí por casualidad al que fue mi primer amor francés. Se llamaba Nadine. Era una chica bajita y delgada, con una coleta rubia muy larga que no se quitaba nunca. De una familia adinerada, sus padres tenían un chateau cerca del Loira, pero ella llegaba a su trabajo todos los días en la línea 13, y se dedicaba a cuidar como de si su propia familia se tratara a aquellos desheredados de Dios.

Nunca he vuelto a saber de ella, pero toda la vida he recordado su fuerza de voluntad y su entereza para ayudar a los desamparados.

Desde entonces admiro la capacidad de algunos seres humanos para dejar un mundo de frivolidad y comodidades para dedicarse a cuidar de los que no pueden defenderse. Y, entre ellos, incluyo a los que luchan por una especie animal en peligro de extinción o a los que se juegan su vida por defender una zona de alto valor ecológico.

Hace ya también muchos años me fui con mi amigo Pedro de Orueta a recorrer Namibia y, no sé cómo, acabamos recalando en el Cheetah Conservation Fund, una asociación para la defensa de los guepardos. Fundada en 1991 por una doctora en Zoología, Laurie Marker, estaba todavía en los inicios de su proyecto, pero recibió encantada a aquellos dos españolitos despistados y nos enseñó todo lo que hacían en Otjiwarongo.

Tengo todavía unas camisetas con su logo que compramos con toda la ilusión para colaborar, aunque fuera mínimamente, a salvar a los guepardos. La Dra. Laurie podía haber vivido sin problemas gracias al dinero de sus padres, que se dedicaban a producir vino en la Alta California. Pero ella pasó años en unos barracones destartalados persiguiendo su sueño.

Hoy en día, el CCF tiene más de noventa empleados y no se dedica a perseguir a los granjeros que antes mataban guepardos, sino que les regala perros de guarda a cambio de no utilizar venenos. Laurie ha ayudado a descubrir por qué los guepardos se reproducen tan mal en cautividad: la variabilidad genética de esta especie es muy reducida, apenas sobrevivieron una decena de ejemplares después de la última glaciación.

Es difícil encontrar personas así, pero haberlas, haylas. Sin ir más lejos, Luc Hoffmam dedicó en España una buena parte de su dinero y su tiempo en ayudar a Tono Valverde y otros a que Doñana fuese unos de los principales Parques Nacionales de España. Así nació el WWF

Jane Goodall se ha convertido casi en un chimpancé y, si no fuera por ella, posiblemente habría sido exterminado en buena parte del mundo. Antes de la pandemia fui a verla a una conferencia en el Bioparc de Valencia y me encantó su forma amable de hacerme ver algunas cosas en las que yo no estaba de acuerdo.

Otro día me dedicaré más profundamente a estos campeones de la conservación. Mientras tanto, mi eterno agradecimiento a estos héroes que, sin politiqueos y subvenciones, logran sus sueños sin hacer daño a nadie. Nadine, Luc, Laurie, Jane… ¡Cómo os admiro!

 

Fernando Feás Costilla.

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