Otro de los elementos que hacen del aguardo una modalidad que engancha mucho es que, por más que un cazador sea muy experimentado, cada puesto, cada zona y cada animal suponen un reto y una incógnita, ya que el jabalí es desconfiado, atento, paciente y receloso, sobre todo cuando se trata de un buen macho, que llega a viejo por selección natural y por exceso de prudencia e inteligencia.
Aunque cada maestrillo tiene su librillo y existen una serie de claves que son muy importantes de cara a preparar una buena espera, no hay un libro del ‘aguardo perfecto’, ya que, por más que hayamos preparado todo a conciencia y se den todas las circunstancias a nuestro favor, un ruido en un mal momento, un cambio de sentido del aire, una brisa o sin más, un recelo del animal o, sencillamente, que hoy decidió cambiar de parecer, pueden dar al traste con una jornada y que esta acabe sin el lance final. De hecho, muchos aguardistas experimentados afirman aquello de: “El guarro sabe en cuanto entras en el monte”.
Vamos a comentar una serie de claves y analizar si estas tienen su razón de ser o no. Vaya por delante que siempre me considero aprendiz de aguardista y voy atesorando aquellas que me parecen buenas prácticas y consejos de otros cazadores y que, una vez probadas, les encuentro uso o razón de ser.
La primera clave del buen aguardista es la paciencia. Aunque hay más de uno que llega y besa el santo, los que más y mejores guarros abaten son los que más esperas realizan.
La paciencia es, quizás, la característica principal del aguardista, ya que, al final, se trata de una lucha de astucia y mimetismo en la que el jabalí juega con la ventaja de conocer el entorno y sus elementos constantes (aromas, sonidos, cambios…), de sus sentidos mucho más finos que los nuestros y de su prudencia.
Nosotros, sin embargo, jugamos con nuestra paciencia, nuestra perseverancia, las necesidades del animal y sus costumbres. Si un guarro está habituado a hacer una determinada ruta, buscar el frescor de una baña, la aspereza de un tronco para rascarse y el alimento bajo una encina, lo normal es que repita mientras no haya nada que le atraiga más o le haga extrañar algún cambio.
Y aquí es donde está la segunda clave, la preparación y la observación. Corren tiempos donde muchos somos los que ahora residimos en las grandes ciudades y esto, a veces, no nos permite ser constantes en las visitas a la zona de caza y, casi siempre, o bien dependemos de un fulano que atienda la zona de caza por nosotros o bien montemos el tinglado y dejemos artilugios que nos permitan conocer las costumbres de los animales.
Estos fenomenales artilugios pasan por relojes que se paran cuando son movidos o las estupendas cámaras, incluso infrarrojas, que realizan fotografías o toman vídeos cortos al detectar movimiento en su campo de acción e, incluso, pueden ser consultadas remotamente desde el teléfono móvil.
Sin duda, esto nos ayudará muchísimo a la hora de hacernos la composición de lugar sobre las costumbres de los animales y sus horas, pero nada sustituye a estar en el campo y observar de primera mano cada día, o al lugareño o el fulano que está todos los días allí. De hecho, los animales ya no suelen ni extrañarlo y no lo evitan, siendo esta otra gran ventaja a la hora de tener oportunidad de lance exitoso.
Es cierto que hay diferencias entre los aguardos al paso o en aquellas zonas donde se permite ubicar comederos. En los primeros, buscaremos las querencias y los pasos, y en los segundos, tenemos la ventaja de que el animal se acostumbra a acudir a la cita.
En el primer caso, está siempre la incógnita de si el animal tendrá un patrón de conducta y comportamiento recurrente y de si, la noche de autos, será una habitual y, por tanto, propicia, o si habrá demasiada claridad o demasiado viento o lluvia o vaya usted a saber qué carajo le hace al animal cambiar el paso o ir en dirección contraria.
En el segundo caso, jugamos con la ventaja de atraerlo a “nuestro territorio”, pero también tenemos en contra que el animal puede faltar a la cita si encuentra pitanza más apetitosa y que, en muchas ocasiones, la comida se la benefician ejemplares menores, en cría u otras especies. Es relevante conocer la postura de noche, ya que la dirección del viento es habitual que cambie cuando se pone el sol, y un puesto que no airea nada de día, puede que airee de lleno por la noche. También es cierto que, con la puesta de sol, la brisa tiende a amainar, pero no es una regla general.
Ciertamente, hay un tema que también es muy relevante comentar y que, más que un paréntesis, es un punto francamente relevante.
Las esperas o aguardos habitualmente se autorizan bien por daños a la agricultura, bien por evitar un posible daño a la ganadería o bien por una sobrepoblación manifiesta. En fincas privadas, muchas veces su plan ya contempla y autoriza esta modalidad de caza. Pero, en el primer caso, lo que se busca es disminuir la población o, como poco, ahuyentarla desplazándola a otras zonas.
Pero la realidad es que, muchas veces, esta modalidad lo que busca es “la boca” (como diría con sorna mi amigo Ramón, aduciendo que todos los guarros, guarras y guarres tienen boca) y se olvida la labor primordial y que era objeto de la acción de caza.
Son muchos los que afirman que, con la proliferación de las esperas, se abaten muchos guarros de 2 a 4 años que aún no han llegado a su máximo esplendor y, por tanto, son menos los que llegan a navajeros, dejando a las hembras sin cazar. Esto no evita que la especie siga creciendo exponencialmente ni que cesen los daños.
Aunque a algunos les moleste, o no suene a purista, lo que más los ahuyenta de una zona es cuando se abaten crías o, incluso, rayones (que, por otra parte, son muy sabrosos como cualquier cría de otra especie, véase ternero, cordero o cochinillo, por ejemplo).
Aunque también es cierto que más de uno de nosotros recuerda luchas épicas contra un guarro al que teníamos localizado, pero nos esquivaba una y otra vez, demostrando ser más astuto y cauto que nosotros, sigilosos y tenaces.
Lo cierto es que abatir un macareno de navajas portentosas es una gran satisfacción, pero la parte de ‘servicio’ debe incluir abatir aquellos animales que hacen daño, o suponen un peligro o harán que las piaras cambien a zonas donde esos daños no sean relevantes o no supongan un peligro inminente.
Volviendo al tema, teniendo paciencia y habiendo observado y preparado bien la zona de caza, todo es cuestión del día de la espera.
Asumiendo (que es mucho asumir) que el animal mantendrá sus costumbres, lo suyo es apostarse bien y asegurar que no ‘olemos’ a productos químicos. Debemos evitar contaminación lumínica como la pantalla del móvil y estar cómodo para permanecer inmóvil el tiempo necesario.
El aire y el olor son muy importantes, pero una vez vencida esa batalla en la que no hemos sido detectados, debemos guardar silencio y movernos lo justo y lentamente para no hacer ruido.
Lo habremos preparado todo para tener lo necesario a mano sin más necesidad que alargar el brazo. Lo tendremos todo bien apoyado para evitar que caiga al suelo o se resbale, haciendo ruido. No vaya a una espera si no conoce el arma, porque liarse para quitar el seguro, además de peligroso, dará al traste con el lance.
Si en su zona se permite el uso de linterna, asegúrela bien, ya que el retroceso del disparo puede hacer que esta se desplace y puede, desde rayar el arma a romper la propia linterna o, incluso, darnos un golpe. Sobre la ubicación de la linterna, los hay que prefieren situarla ajustada sobre el visor y otros que prefieren ubicarla bajo el cañón.
Existen multitud de sistemas de fijación, aunque los dos más apropiados son los que se aprietan mediante una palomilla y fijan la linterna o bien los de imanes que se colocan bajo al cañón.
Tras mucho probar con el tema de los filtros, mi experiencia es positiva, sobre todo, con los filtros verdes. Efectivamente, los animales parece que no se asustan de manera inmediata, permitiéndonos unos segundos adicionales para realizar un disparo perfecto.
Tiene otra ventaja y es que con las linternas superpotentes que tenemos a nuestra disposición, el filtro verde disminuye mucho la luminosidad, evitando que nos deslumbremos cuando estamos metidos en el visor. También es cierto que si el animal está a una distancia larga (más allá de los 80 metros) puede que nos cueste verlo.
No puedo dejar de mencionar el tema del seguro. Estando a oscuras, por favor, el seguro siempre activado y solo lo quitaremos ante la certidumbre del disparo. Si recargamos el rifle, recordar activar el seguro de nuevo.
Parece un tema menor, pero con la emoción tras el disparo es fácil que se nos olvide y puede ser un grave peligro.
¡Observación, paciencia (mucha), quietud y buena caza!
Joaquín de Lapatza