Aunque ya se ha expuesto en anteriores artículos, no está de más recordar que antes de manipular un arma por primera vez se deben conocer todas sus características, mecanismos, prestaciones y limitaciones, y muy especialmente la operación de descarga, de modo que ésta sea precisamente la primera comprobación que se lleve a cabo: que el arma está efectivamente vacía antes de proceder a cualquier otra maniobra.
Otro aspecto, que por obvio a veces se olvida, es que hay mantener el arma enfundada hasta que se llegue al puesto y volver a enfundarla en el momento en que se abandone. Además, nunca se debe alimentar un arma con otra cartuchería que no sea la suya y tampoco debe cargarse hasta que el cazador se encuentre en el puesto, haya delimitado su campo de tiro y esté preparado para iniciar la caza, de la misma manera que antes de abandonar el puesto se debe descargar siempre el arma.
En el puesto lo normal es estar en tensión, pendiente de los sonidos que nos llegan, vigilando cuidadosamente aquellos puntos por donde entendemos que puede entrar la res. Y por fin, llegamos al momento crucial del disparo, en el que (precisamente porque la mente está concentrada en alcanzar la máxima precisión) resulta más importante haber interiorizado unas cuestiones básicas de seguridad.
No disparemos al “tarameo”
La primera de ellas es que resulta fundamental que la pieza a abatir se encuentre perfectamente visible y de manera que la trayectoria de la bala está libre de obstáculos. Por tanto, bajo ningún concepto se puede disparar sobre matas o arbustos simplemente porque se muevan o porque hagan ruido (al “tarameo”). Del mismo modo deben evitarse los disparos al trasluzón, ya que no se puede asegurar la perfecta identificación del animal. El incumplimiento de esta simple norma es la causa de más de un percance mortal.
Nunca dispararemos a un animal que se encuentra agarrado por los perros. Sería una acción peligrosísima no solo para los canes, sino también para los rehaleros e incluso para el propio montero.
Otro factor a considerar en cuanto a nuestra capacidad de visión es que el empleo de visores, si bien permite una mayor exactitud en la identificación del animal y aumenta a priori la precisión del disparo (luego también la seguridad en general) puede llegar a originar una reducción en el campo de visión. A mayor magnificación, menor campo visual. En monterías y batidas, si seleccionamos como máximo 3 ó 4 aumentos, no sufriremos excesiva reducción de nuestro campo, suponiendo un buen compromiso entre mejoría de precisión y pérdida de visibilidad.
Por lo que respecta a lo que ocurre justo después de disparar, hay que ser muy consciente de que la bala de un rifle puede mantener su letalidad en un rango muy superior a nuestro propio alcance visual, por lo que habrán de evitarse rigurosamente los disparos al viso y por encima de la horizontal, así como, en general, cuando no tengamos perfectamente identificado el punto de impacto. Ha de tenerse también en cuenta la posibilidad de sobrealcance porque la bala haya atravesado la res, así como la de rebotes si se dispara contra piedras o sobre láminas de agua. Dicho de otro modo, hay que asegurarse de que la bala “se entierra” en zona libre y no susceptible de rebotar. Y esta simple norma es más difícil de respetar de lo que puede parecer a primera vista, porque resulta muy frecuente y al mismo tiempo tremendamente peligroso lo que podríamos llamar “cegarse” con el animal. O lo que es lo mismo, el cazador se concentra de tal modo en la res que tiene en el punto de mira que deja de ver lo que se encuentra tras ella o a su alrededor, y no es consciente de que en caso de errar el tiro, o de atravesarla, la bala puede continuar su trayectoria hacia una zona contra la que no hubiésemos disparado.
Interesa recordar en este punto que se debe estar atento a posibles cambios en el ruido y retroceso del arma. Un disparo demasiado ruidoso o con un culatazo inusual, o al contrario (ruido apagado y poco retroceso), pueden ser señal de que algo está fallando. En ese momento se hace absolutamente imprescindible llevar a cabo una inspección de todos los mecanismos y del ánima, con la mayor profundidad que permitan nuestros conocimientos. Y desgraciadamente, ante la menor duda sobre las condiciones del arma, resulta preceptivo dejar de utilizarla: por muy frustrante que sea el ver pasar las reses por delante del puesto sin poder dispararlas, siempre será mejor que sufrir un reventón de impredecibles consecuencias. En esta misma línea, también se debe recordar que en el caso de que al apretar el disparador no se produzca el disparo se debe mantener el arma encarada (y evidentemente apuntada en una dirección segura) unos segundos para dar tiempo a un posible retardo de la ignición. Después podremos proceder a desencarar y a extraer la munición, siempre con las debidas precauciones.
Minimicemos los riesgos
Entramos ya en los riesgos originados por el procedimiento de caza. En cualquier tipo de caza colectiva resulta crucial extremar las medidas de seguridad, pero en el caso de monterías, ganchos y batidas participan una serie de personas necesarias para la realización de la cacería: batidores, secretarios, rehaleros, postores, acemileros o simplemente otros cazadores. Evidentemente, la seguridad de todo este personal ha de considerarse como factor básico a tener en cuenta durante las fases de planeamiento, diseño, desarrollo y finalización de la jornada de caza. Es por ello por lo que gran parte de la reglamentación existente, tanto nacional como en las correspondientes (y prolijas) normativas autonómicas, ya recogen como obligaciones legales una serie de medidas encaminadas a minimizar ciertos riesgos. En este sentido, también el llamado Manifiesto de la Montería, que recoge en parte la tradición montera transmitida desde hace siglos de manera oral, incorpora algunas recomendaciones y consejos que, bajo el manto de proteger los usos y costumbres de una modalidad típicamente española, no dejan de ser en cierto modo normas elementales de seguridad.
Aunque poco tradicional, la utilización de ropa de alta visibilidad por parte del personal auxiliar (fundamentalmente rehaleros) resulta ser uno de los métodos más efectivos para garantizar su seguridad.
Sea como sea, la seguridad ha de ser tenida en cuenta desde la fase de planificación y organización de la montería o batida: se debe estudiar con tiempo suficiente y el mayor detalle posible la mancha a dar o el área a batir, cómo se ha de cortar y montear, la colocación de los puestos, los puntos de suelta y las direcciones de batida, sin olvidar el análisis de monterías anteriores en cuanto a resultados y posibles incidentes, lo que puede añadir una importante evaluación de cómo se hicieron las cosas en su momento.
En cualquier caso, el factor básico es evitar el exceso de puestos, evaluando estrictamente los que la mancha admite sin peligro en función de su fisiografía, la vegetación y la carga cinegética real. Pero no se puede dar por hecho que a menos puestos haya más seguridad si la ubicación no es la adecuada. Los puestos deben colocarse de forma que siempre queden desenfilados entre sí y protegidos por tanto de los disparos de otros puestos, aprovechando para ello la propia configuración del terreno. Si ello no fuese posible, deberían situarse colocando en ellos alguna señal que los haga perfectamente visibles e identificables para los puestos contiguos. En el caso de armadas en cortaderos u otros lugares en que varios puestos deban quedar necesariamente a la vista entre sí, con el riesgo añadido que ello supone, deberán permanecer siempre alineados y pegados al monte que se bate. Desde el punto de vista de la seguridad, en las traviesas resulta conveniente situarse de espaldas al monte, mirando en el mismo sentido en que avanzan las rehalas, de manera que las reses vayan entrando por detrás de los tiradores. De este modo, se puede tirar en cuanto el animal rebasa la línea de puestos, y en caso de que sea necesario repetir el disparo se hace sobre la pieza que se aleja del resto de cazadores, disminuyendo así el riesgo. Lo malo (o lo bueno) de nuestra montería es que no en pocas ocasiones resulta imprevisible, de manera que no siempre las reses entran por donde se suponen que tienen que hacerlo, y ni el mejor perrero va a conseguir que la rehala vaya por donde tiene señalado, si los perros deciden perseguir un marrano que se arranca a la contra. Pero en cualquier caso, esto no es óbice para intentar establecer ciertas medidas de seguridad.
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