Rececho con arco de rebeco pirenaico, un lance memorable

Si la caza con arco es un reto en sí misma, practicada en montaña tras una especie como el rebeco hace que el éxito de la empresa sea, cuando menos, muy dudoso.

El autor relata en este artículo su primer intento de abatir un rebeco con arco, una cacería sufrida que fue justamente recompensada.

El rebeco pirenaico (Rupicapra pirenaica), llamado también ‘isard’ en el Pirineo catalán, o ‘sarrio’ en el aragonés, se distribuye por todo el Pirineo junto a su hermano pequeño el rebeco cantábrico (Rupicapra parava), que habita en toda la cornisa cantábrica, son las especies reinas de la caza en alta montaña de nuestra península.

Su ‘modesto’ trofeo, comparado con algunos de nuestras especies de caza mayor, es compensado con creces por la belleza de los parajes donde se desarrolla su caza.

Lo astuto, esquivo y ágil del pequeño bóvido, que no suele pasar de los 20-25 kg las hembras y 25-30 kg en el caso de los machos, hace que muchas veces el cazador se tenga que conformar en ver cómo se escurre trepando paredes casi verticales con asombrosa facilidad.

Su caza se puede practicar en algunas zonas en primavera, pero lo más común es en otoño y principios de invierno, siendo esta última estación la idónea para ver mejores trofeos, puesto que es justo cuando empieza el periodo de celo haciendo que los machos pierdan su timidez para cortejar a su edén de hembras y protegerlas de otros machos rivales.

Otro factor que favorece su caza es que se pueden recechar prácticamente durante todo el día, si bien mengua su actividad en las horas centrales y aumenta esta durante la mañana y última hora de la tarde.

En zonas de Pirineos el pestivirus y la sarna mermaron su población a menos de la mitad, pero una correcta gestión cinegética y el control poblacional están ayudando a que el sarrio siga siendo el rey de nuestras cumbres pirenaicas.

vistas-del-cazadero

Vistas del cazadero

 

Debido a su recuperación después del pestivirus, la Administración cada año va otorgando más precintos para su caza, factor que favorece a la rotación de los permisos nominales para los socios.

En esta ocasión disponíamos de un precinto para su abate. Con una sola jornada para intentarlo, ya sea con rifle o con arco, teníamos que escoger bien nuestro día de caza, ya que si abatir un buen sarrio cumplido con el rifle era complicado, con el arco se tornaba una ardua tarea.

Así que decidí esperar los últimos días de temporada para coger algo de celo y ver más movimiento de machos, que guiados por los calores del amor eran más descuidados, y así sería más ‘sencillo’ tener alguna oportunidad.

Las primeras nevadas de la temporada se adelantaron más de la cuenta, pero para finales de semana parecía que el tiempo daba una tregua; era hora de sacar el precinto.

Con todos los trámites burocráticos hechos, tocaba esperar el ansiado día.

¡El estridente despertador rompía el silencio de la mañana más enérgico de lo habitual y me levanto del cálido lecho, aparto la cortina, parece despejado!, aunque algún copo de nieve se deja ver tímidamente.

Mientras me visto, voy repasando de memoria todo mi equipo, cuchillo, cuerda, bolsas, baterías para las cámaras, frontal, botiquín –prefiero llevarlo y no necesitarlo que lamentarme de que esté en casa–, etc. Un ligero desayuno y con los bártulos a la pick up.

Aún de noche empiezo a conducir por la emblanquecida pista, -3 grados marca el termómetro del coche. Entre dos luces llego a la zona de caza, bastante nevada en la parte alta y con una niebla amenazadora. Tendré que buscarlos de media ladera hacia abajo.

Aparco el 4×4 y empiezo a otear una vertiente boscosa rota por unas canales de piedra, muy querenciosas cuando hace mal tiempo y la nieve cubre las zonas más altas del monte, donde tengo conocimiento de un par de rebaños de hembras con crías: es fácil que algún macho las corteje, ¡pero de momento ni rastro de los sarrios!

rececho-de-rebeco-oteando

Con todo dispuesto, empiezo a remontar la ladera: los avellanos van dejando paso a los primeros hayedos, que con esta capita de nieve parecen de cristal, y estos al bosque alpino de peñas y canales recubiertas de pinos retorcidos al antojo de la pesada nieve de los últimos inviernos.

A la hora y media de marcha, llego a una peña que asoma a la cara opuesta de un barranco, me siento; prismáticos en mano, no dejo de otear la ladera de enfrente que, medio cubierta por la niebla, no se muestra en su totalidad, en busca de rastros en la nieve o algún movimiento de los animales.

Como si de una aparición se tratase, allí está un sarrio tumbado en una palita limpia de nieve pegada a un derrumbe de rocas; por el pelaje parece macho.

Un escalofrío recorre mi cuerpo mientras la niebla lo envuelve todo de nuevo sin darme tiempo para valorar su trofeo.

Escurriéndome por el roto bosque, le gano algunos metros para intentar que cuando aclare lo pueda valorar mejor y decidir si merece la pena intentar entrarle.

Mientras espero a que esto ocurra, el rodar de unas piedras a mi derecha me pone en alerta: un hembra con su cría que, tímidamente, van cruzando la canal a menos de 30 metros; seguramente el resto de la cabrada no andará lejos.

Pierdo unos segundos en grabar esta bonita estampa de los sarrios con el suelo medio cubierto por la nieve mientras la niebla los va engullendo.

Ahora toda mi atención se focaliza hacia la posición donde estaba el animal tumbado; despeja de nuevo y allí sigue.

Coloco una flecha y apoyo los prismáticos en la polea del arco para valorarlo, es un macho adulto precioso con la típica crin de matrero que lucen en el celo; y su trofeo, ESPECTACULAR, muy abierto, bastante largo y bien cumplido; por la referencia de sus orejas es un plata seguro, ¡tengo que intentarlo!

Le echo el medidor: 75 m, 20 m, 80 m, 50 m; la niebla no deja rebotar bien el láser y me da distancias muy erróneas, tengo que acercarme un poco más.

Golpeo una ramita de pino llena de nieve para ver la dirección del viento, lo tengo de cara y un poco hacia arriba, ideal para que el animal no me huela.

A escasos metros de donde está el macho hay un paso escarpado que cruza el angosto barranco; si el terreno no está muy helado intentaré pasar por allí para salirle justo encima, la niebla aparece de nuevo, tengo el terreno tan grabado en mi mente que podría llegar a él en la noche más oscura.

Empiezo a hacerle la entrada, mido cada paso que doy para no hacer ruido avanzando con la máxima cautela, estoy casi a su altura pero la niebla sigue cubriendo la zona, clarea de nuevo, ya no está tumbado donde lo vi por última vez, agudizo mi vista y con los prismáticos escaneo cada palmo de terreno para dar con él, no puede andar muy lejos pues no lo he oído silbar ni tampoco romper monte en su huida; además la hembra con su cría siguen donde las vi.

¡Ahora sí, ya lo veo!

Lo tengo de frente delante de mí. Con suavidad cambio los prismáticos por el medidor, 35 m; el animal, a sabiendas de que la hembra con la cría, y probablemente el resto de la cabrada, estaban en esa ladera se había movido tras sus pasos.

Lo veo parcialmente tapado por un tronco mientras pasta los brotes secos medio cubiertos por la nieve. El corazón me empieza a latir cada vez más fuerte, corrijo el punto del visor; tan pronto lo vea un poco más de lomo le tiro.

El animal deja de pastar, levanta la cabeza ¡y se me queda mirando fijamente!

sarrio-lejosQué bonito es, más abierto de lo que pensaba. Sutilmente aparto la mirada del animal haciendo que la visera de mi gorra tape la única parte de mi piel que está al descubierto; mientras lo hago me doy cuenta de que a mi izquierda, a escasos metros, tengo una corza que desde otro ángulo no me quita ojo; estoy al descubierto, de pie, con el arco medio levantado, solo puedo confiar en la eficacia de mi camuflaje y que el aire se mantenga como está para no dar al traste con el lance.

La corza empieza andar acercándose a mí; se tapa por un tronco, momento que aprovecho para encender la cámara. Asoma de nuevo y me clava la mirada , «¡me ladrara seguro!», pienso mientras intento controlar mi pulso; a esta distancia creo que podía escuchar mi acelerado latir.

Miro hacia el macho de sarrio que, sin parpadear, no me quita ojo intentando adivinar qué es ese bulto alargado que tiene enfrente.

Los minutos (8 en concreto) me parecen horas y parece que ninguno de los tres tenemos la intención de movernos, ¡yo por lo menos!

Empiezo a notar cómo el sudor de mi espalda se va enfriando y cómo el peso del arco va haciendo mella en la musculatura de mi brazo; muy lentamente intento apoyar la polea en mi pierna para descansarlo un poco, ¡un seco ladrido hace que se me corte la respiración!

El sarrio aparta la mirada de mí y la dirige hacia la corza, momento que aprovecho para abrir el arco iniciando mi secuencia de tiro: cargo toda la tensión en la espalda y sigo empujando la mano del arco para llevar el nivel a su sito.

Mientras colimo el peep con la llamativa esfera de mi visor, el sarrio silba y, guiado por su curiosidad, se muestra ante mí con todo su esplendor, da dos brincos y se para con la zona vital cubierta por el bifurcado tronco de un escuálido pino.

Toda mi atención se centra en parar el pin en ese pequeño espacio, abrazo el gatillo y empiezo a relajar las manos; el FUUB de mi arco me sorprende mientras a cámara lenta veo cómo las azules plumas de mi saeta libran el tronco y se pierden entre la caja del animal, quizá un poco adelantado ¡pero en su sitio!

El sarrio acusa el impacto, da un brinco y emprende una ruidosa carrera cuesta abajo en dirección al barranco, intenta remontar la otra ladera, pero ya no lo consigue, cayendo por la escarpada pared.

Tembloroso y jadeante por la tensión del momento, me arrodillo, aparto la máscara de mi rostro para poder respirar mejor, dejo el arco en el suelo y cierro los ojos unos segundos…

Sé que el animal yace muerto en el barranco, pero alargo todo lo posible el cobro para saborear y analizar lo sucedido.

Qué gozada de lance, ¡QUÉ GOZADA DE LANCE!, voy repitiendo en mi interior mientras apago la cámara, fiel testigo de lo acontecido.

Me incorporo y, poco a poco, voy al lugar donde la emplumada alcanzó al sarrio y con la cámara de mano intento documentarlo todo: la encuentro clavada con ahínco en el suelo, cubierta de sangre rosada con burbujas; la limpio con la nieve y la coloco de nuevo en el carcaj.

El rastro es abundante y claro; con el blanco tapiz de la ladera medio nevada lo sigo escasos metros, y al levantar la mirada ya veo al sarrio en el fondo del barranco.

Con cautela de no resbalar, desciendo la pared; por fin puedo tocarlo con mis manos.

rechecho-con-arco-de-rebecoUna mezcla de emoción y tristeza me inunda mientras, contemplando la belleza del animal, acaricio su tupido pelo en muestra de agradecimiento por el bonito lance que me acaba de brindar, ¡es más bonito si cabe de lo que me pensaba!

Un macho de 13 años con una trofeo precioso alto y muy abierto con la parte alta de los ganchos como si fuese a perder la vaina de su cuerna, quizá le falta grosor ¡pero andará cerca del oro! Un ‘par’ de fotos y le coloco el precinto para poder moverlo de forma legal.

Lo meto entero en la mochila, con la época de frío en la que entramos aprovecharé toda su carne, jamones, chorizo, embutidos, patés, etc., que degustaremos en casa durante buena parte del año.

Este es el fin más importante de nuestro arte venatorio y la mejor muestra de respeto al animal abatido; si no, la caza perdería todo el sentido para mí.

Con el sarrio ya en el morral, y todo recogido, desciendo la ladera que me trae de vuelta hacia la pista forestal, donde a primera hora dejé el 4×4.

Mientras deshago el camino mi pensamiento se traslada a las noches anteriores a una jornada de caza, cuando en sueños imaginas un lance mágico sobre un gran, astuto y viejo animal que muchas veces solo está presente en nuestra imaginación; pero por fortuna, hoy, en esta fría mañana de noviembre ese sueño es una realidad.

Puntuado el trofeo en verde nos dio 97,8 puntos, ¡un oro! Tendría que esperar a la medición oficial y a su homologación una vez transcurrido el periodo de secado del trofeo para corroborar esa puntuación.

Joan España

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