La caza del gamo en los Pirineos es un verdadero reto para el arquero, no sólo por la dificultad que conlleva recechar a tan esquivo animal en ese terreno, sino por la presión cinegética a la cual está sometido, ya que, al estar considerada especie alóctona, puede cazarse todos los días de la temporada hábil y prácticamente en todas las modalidades, rececho, batida o aguardos, entre otros.
Es por esto que, independientemente del tamaño de su cuerna, culminar con éxito un lance con arco a este astuto animal, es conseguir el mejor de los trofeos.
Aprovechando el periodo de veda en la caza del ciervo en la berrea, decido cazar en una zona con buena querencia para los jabalíes y los gamos.
La bajada de las temperaturas, acompañadas por las precoces nevadas a finales de septiembre, habían cambiado las querencias de los animales que, con el pelo aún de verano, no sabían muy bien donde ubicarse.
Voy subiendo hasta hasta llegar a la línea que marca la nieve, ya que más arriba, con el pasto cubierto por el blanco manto, no va a merecer la pena buscar. Compruebo cómo va el aire y empiezo a descender por el bosque dirección al valle opuesto por el que subí, una cara sur sin nieve, con un cálido bosque y buenas zonas de pasto a sus faldas.
Al cambiar de ladera, y a los pocos metros de iniciar el rececho, oigo el bramido de un ciervo al que, con los prismáticos, localizo tumbado en la nieve emitiendo su ronco bramido, siendo dueño y señor del lugar. Pierdo unos minutos deleitándome con esa estampa y pienso que ojalá me lo encuentre cuando finalice la berrea y se abra la veda de nuevo.
Con el sol escondiéndose en el horizonte, reanudo la marcha intentando dar con algún jabalí encamado o a punto de iniciar su actividad, pero me percato que será complicado puesto que encuentro evidencias muy recientes de que se hizo una batida en el lugar. Pongo en marcha el plan B que no es otro que intentar llegar con suficiente luz a la zona de pasto donde los gamos suelen acudir antes de que anochezca.
Acelero el ritmo para coger sitio, bordeo unas peñas siguiendo una trocha de los ciervos y unos metros antes de salir a los claros compruebo el aire de nuevo que, por fortuna, sigue favorable por lo que aminoro la marcha.
Voy pisando con más cautela, llego a un prado desde donde tengo buena perspectiva de la zona, escudriño con los prismáticos el lugar y, a unos 200 metros, veo un gamo saliendo del espeso, algo típico en ellos, que parece que tiene prisa por llegar a algún lugar. Con su eléctrico y acelerado caminar cruza rápidamente y aprecio que es un macho no muy grande, pero para la zona, independientemente del tamaño de su cuerna, es un trofeazo.
El corazón me empieza a latir con más frecuencia, reculo unos metros intuyendo adónde se dirige, intentando cortarle el paso. Llego a un puntal de piedra elevado con vistas a una pala limpia y sin tiempo de recuperar el aliento veo el gamo de nuevo que sigue con rumbo fijo. Coloco una flecha y pienso que, ya que no puedo ganarle distancia, me la tendré que jugar desde esa zona, empieza la acción.
Cojo referencias con el telémetro, 84 metros, 73 metros, 61 metros pero, lejos de detenerse, acelera el paso y veo que como siga así se tapará de nuevo y no le podré tirar. Le ronco dos veces, grou, grou, y aminora el paso mirando hacia mi posición, rápidamente mido de nuevo, 73 metros esta vez distancia real, 65 metros distancia de tiro corregida, muevo el carro, abro el arco, colimo, apunto, exhalo para controlar mi acelerado latir y, casi parado, le suelto la emplumada.
El animal, en el tiempo que tarda en llegar la flecha, da un paso más y veo como las plumas se pierden en su panza, este emite un seco ladrido, brinca y desaparecer en una zona de maleza.
Con su eléctrico y acelerado caminar cruza rápidamente y aprecio que es un macho no muy grande, pero para la zona, independientemente del tamaño de su cuerna, es un trofeazo
Me siento en suelo, aparto la máscara de mi rostro e intento de asimilar el acelerado lance, a sabiendas lo que supone un tiro de panza a las nueve menos cuarto de la noche. Con calma voy al lugar del lance, encuentro la flecha con restos inequívocos de impacto en la zona estomacal, pero con algo de sangre rojiza muy oscura, probablemente del hígado pienso mientras la guardo en el carcaj.
Dejo pasar 40 minutos más casi sin luz y muy despacio me meto al rastro, cada pocos metros voy encontrando comida medio digerida con sangre oscura, de pronto veo al animal de pie muy encogido, lo tengo a 180 metros, despacio sigue avanzando, se para y se tumba en una zona espesa de monte bajo donde, por la altura de la vegetación, apenas le puedo ver las puntas de los cuernos.
Las ganas de cobrarlo me dicen que intenten acercarme para rematarlo, pero la razón que lo deje enfriar y venga al día siguiente con Floc y así asegurarme el cobro. En esta ocasión gana la razón y paso casi toda la noche contando las horas, pensando en el lance y todas sus infinitas posibilidades. Si hubiese hecho esto o lo otro, tenía que haberlo rematado, y si lo encuentran los buitres… Ese mar de dudas que nos invade cuando debemos dejar el cobro para el día siguiente.
Son casi las diez de la mañana, con el ganado ya listo y después de dejar a la peque en la guardería, me visto de luces, cargo a Floc y vamos al lugar donde ayer vi tumbarse al gamo. Con esa sensación de angustia y nerviosismo que produce el tener que pistear un animal con un impacto de tripa, voy ganando altura dirección al lugar del lance, espero que la punta de caza y el dejar el animal tranquilo me hagan poder recuperarlo.
Llego a un punto en donde me es imposible seguir el ritmo de Floc, decido soltar la traílla, lo pierdo de vista detrás de unas peñas y, al asomarme, veo que ya está encima del gamo que yace inerte en el suelo
A punto de dar las once llego, atraíllo al perro, que está muy nervioso, mientras una leve brisa sube del valle hace que el can no pare de levantar la trufa. Le muestro la primera sangre junto a la flecha y como un tiro se dirige donde vi tumbarse al gamo, el perro da dos vueltas por el espeso monte bajo y enfila dirección a unas peñas que están por debajo nuestro, a medida que avanzamos incrementa el ritmo de pisteo y su lenguaje corporal me indica que vamos por el buen camino.
Llego a un punto en donde me es imposible seguir su ritmo sin tenerlo que frenar, decido soltar la traílla, lo pierdo de vista detrás de las peñas y al asomarme veo que Floc ya está encima del gamo que yace inerte en el suelo.
Una sensación de alivio, euforia y satisfacción invade mi cuerpo. Bajo donde se encuentra el animal, me arrodillo a su lado, acaricio a mi braco felicitándolo por el trabajo que ha realizado mientras dejo que muerda el gamo todo lo que quiera, es su recompensa.
El impacto fue más trasero de lo que me pareció, pero saber gestionar la situación, sin precipitaciones, dándole el tiempo necesario y la letalidad de la punta Hipodermyc NC, incluso fuera de la zona vital, fueron factores claves para poder cobrar este precios y esquivo animal.
Es indescriptible la cantidad de sentimientos contradictorios que me invadieron en ese momento, fotograma a fotograma el lance vivido va reproduciéndose en mi mente en modo bucle una y otra vez, podría estar todo el día allí sentado, acariciando a mi perro, observado al gamo con los Pirineos de telón de fondo.
Eviscero al gamo para ver el estado de la canal y valorar qué partes bajar para poder aprovecharlas, incluso con un tiro malo, y las horas que lleva muerto, la carne tiene muy buena pinta, imagino que el fresco que hizo por la noche también ayudó a mantenerla en óptimas condiciones. Decido bajarlo entero a la salsa de despiece y allí limpiarlo bien y poder dar buena cuenta de una de las carnes de caza más exquisitas que tenemos en la Península…
Por Joan España.
Fotos: autor y Shutterstock.