El quid de la retrocarga

Aunque no solemos prestarles atención, hasta el punto de que los desechamos después de disparar, lo cierto es que la vaina y el pistón han jugado un papel tan crucial en la historia de las armas de fuego que sin su invención no habría sido posible fabricar escopetas y rifles potentes de retrocarga.

Hasta principios del siglo XIX todas las armas se cargaban por la boca de fuego (eran de avancarga) porque todos los intentos por crear armas que se cargaran por la recámara (de retrocarga) habían fracasado debido a que los mecanismos de cierre no se podían hacer estancos. Como consecuencia, se producían peligrosas fugas de gases que, cuando menos, hacían que el tiro perdiese mucha potencia.

Por eso, las armas de fuego portátiles más avanzadas eran de avancarga y, desde 1590, aproximadamente, poseían llaves de pedernal, mineral que era utilizado para producir las chispas que, de forma indirecta, causaban el disparo.

Aunque algunos no lo parezcan, todos son cartuchos utilizados en armas de avancarga y retrocarga durante los primeros 60 años del siglo XIX y finales del XVIII (los de papel, para armas de avancarga).

Aunque algunos no lo parezcan, todos son cartuchos utilizados en armas de avancarga y retrocarga durante los primeros 60 años del siglo XIX y finales del XVIII (los de papel, para armas de avancarga).

El pedernal había sustituido a la pirita, utilizada en las armas con llave de rueda (inventada por el relojero Kiefus en 1517), y a la mecha de las primeras armas y a diversas llaves de mecha que se utilizaron después en arcabuces y mosquetes desde que se inventaron las primeras armas portátiles de fuego (truenos de mano) en el último cuarto del siglo XIV. La llave o mecanismo encargado de producir el disparo utilizaba una piedra de pedernal tallada que, sujeta entre las mordazas de un pie de gato, era impulsada por un muelle al apretar el disparador y chocaba contra otra pieza, denomina rastrillo, donde producía chispas que encendían primero una pequeña carga de pólvora (el polvorín de cebo) cuya llamarada pasaba a través de un conducto (el oído, que conectaba la cazoleta con la recámara) y encendía la carga de pólvora principal, produciéndose el tiro.

Pese a que eran las más avanzadas del momento, preparar a principios del siglo XIX una de estas armas para el tiro y disparar con ellas era realmente complicado, incluso si los elementos de carga se llevaban envueltos en cartuchos de papel que hasta podían llevar en su interior el polvorín de cebo, pues está documentado su uso a partir de 1744 (anteriormente se utilizaron cartuchos de papel sin el polvorín de cebo y, desde 1500 en adelante, cartuchos que solo contenían la pólvora). Y es que primero había que romper el cartucho por su base (lo que se hacía con los dientes), cebar la cazoleta e introducir después el resto por el cañón hasta asentarlo en la recámara con la ayuda de la baqueta. Luego se levantaba el pie de gato, se apuntaba y se disparaba sin saber lo que tardaría en salir el tiro, pues el tiempo que transcurría entre que se oprimía el disparador, se encendía el polvorín y éste inflamaba la pólvora no era siempre el mismo. Como consecuencia, disparar con estas armas sobre blancos en movimiento era bastante complicado por la dificultad que conllevaba calcular el adelanto.

EL PISTÓN MEJORA SITUACIÓN

el-quid-de-la-retrocarga-8En 1799 Howard descubre un explosivo caracterizado por su extrema sensibilidad al choque y por su gran potencia: el fulminante o fulminato de mercurio, cuyas propiedades detonantes para encender la pólvora negra de las armas son rápidamente adoptadas por los armeros. Primero se usaron llaves, denominadas de percusión, que poseían un martillo que golpeaba directamente el fulminante, y luego se utilizaron cápsulas de cobre rellenas de fulminante que se ajustaban sobre una pieza denominada chimenea, que comunicaba con la recámara a través de un oído, de modo que cuando el martillo caía sobre la cápsula y éste detonaba, el fuego encendía directamente la pólvora del cañón, no produciéndose el retardo causado por el cebo de las armas de chispa.

Estas cápsulas, que en español se llaman pistones, no se sabe a ciencia cierta qué armero fue el primero en utilizarlas. Sí se sabe que en 1807 Alexander John Forsyth inventó una llave de percusión que inicialmente utilizaba clorato y que posteriormente Josuah Shaw (en 1814), Joseph Manton (en 1816), entre un elevado número de personas más que reivindican la paternidad del pistón, utilizaron llaves de percusión y pistones de fulminato con los que las armas de avancarga alcanzaron su mayor grado de eficacia, aunque también, curiosamente, contribuirán a su rápido declive.

EL PISTÓN ACELERA LA RECARGA

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Los primeros cartuchos “potentes” de percusión anular: 44 Henry y serie de cartuchos Spenser .56-46; .56-50; .56-52 y .56-56.

No sólo consigue que no sea necesario que el tirador porte dos tipos de pólvora o cartuchos de papel cargados con dos tipos de pólvora y que, además, el disparo sea prácticamente instantáneo. Hizo posible también que se pudieran portar las armas cargadas y listas para dispararlas incluso lloviendo, porque el pistón encaja de forma hermética en la chimenea, lo que no se podía hacer con las de chispa porque el polvorín se podía caer de la cazoleta o mojarse. Como consecuencia, la llave de chispa es rápidamente abandonada en favor de la de percusión, sistema con el que se crean las mejores armas de avancarga jamás construidas desde siglo XIV.

Pero al mismo tiempo que se perfeccionan escopetas, rifles, pistolas y otras armas portátiles de avancarga, los pistones se utilizan para mejorar la cartuchería existente, que hasta la época carecía de fulminante y solo usaban vainas de papel, así como para ensayar con todo tipo de armas de retrocarga que disparaban cartuchos que, a veces, poseían un diseño tan diferente al de los actuales que resulta difícil reconocerlos como cartuchos. Es el caso, por ejemplo, de las balas cargadas de fulminante o de pólvora y fulminante, del cartucho del fusil de aguja Dreyse, de los de espiga Demondión y del Gallager & Glandig o el de percusión anular diseñado por Silas Crispin, entre otros muchos.

Y LA VAINA FLEXIBLE LA HACE REALIDAD

De todas estas municiones, aparecidas entre 1812 y 1856, aproximadamente, sólo dos tipos ideados por armeros franceses fueron útiles para crear armas de retrocarga eficaces, el de aguja diseñado en 1836 por Casimir Lefaucheux, que como veremos no tuvo éxito por varias razones, y la cartuchería de salón que inventó Flobert en 1845.

La cartuchería de espiga se llama así porque lleva una varilla, que es donde golpea el martillo del arma, que se introduce dentro de la vaina y se apoya en el fulminante de un pistón que está rodeado por la carga de pólvora.

El primer cartucho de este tipo lo diseñó Augusto Demondión en 1831, pero no tuvo éxito porque la vaina era de papel y llevaba la espiga cerca del borde de la base y perpendicular a ésta.

En 1836 Lefaucheux presentó un cartucho similar, pero tenía culote metálico, espiga lateral (perpendicular al cuerpo de la vaina) y, sobre todo, vaina de cartón que durante el disparo se pegaba a las paredes de la recámara e impedía las fugas de gases, por lo que tuvo éxito hasta que no pudo competir con los cartuchos de fuego central que se desarrollaron más tarde y quedó obsoleta. Se utilizó principalmente en escopetas de caza.

el-quid-de-la-retrocarga-12Más tarde, hacia 1847, Houllier mejoró la cartuchería lanzándola con vaina metálica en muchos calibres, generalmente para armas cortas, que fueron, como los cartuchos Lefaucheux de cartón, muy utilizados hasta finales del siglo XIX.

Pero más importante aún fue la aportación de Flobert, armero que primero construyó armas de avancarga que disparaban proyectiles de pequeño calibre impulsados por la detonación de un pistón que colocaba en la chimenea. Luego modificó estas armas haciéndolas de retrocarga y también modificó las cápsulas añadiéndoles la bala y reborde, que era donde golpeaba la aguja y además servía para poder extraerlas, creando de este modo un cartucho metálico incompleto (porque falta la pólvora) de percusión anular.

S&W MEJORA EL CARTUCHO DE FLOBERT

Parece ser que, a través de la Exposición Universal de Londres de 1851, representantes de la firma norteamericana Smith & Wesson tuvieron conocimiento de la cartuchería Flobert, que perfeccionaron en EE.UU. Simplemente le añadieron lo que le faltaba: una pequeña dosis de pólvora negra, y crearon de este modo el .22 Short, primer cartucho completo de percusión anular de la historia, que utilizó el revólver de retrocarga S&W mod. 1857. El arma no sólo funcionó a la perfección, pues la vaina metálica impedía los escapes de gases, sino que dio origen a numerosas municiones para armas de retrocarga cortas y largas, militares y deportivas, la mayoría y más famosas de origen norteamericano, como el rifle Henry 1860 calibre .44 Henry, las carabinas y fusiles Spencer calibre .56-56 Spencer, diseñados en 1860 pero comercilizados a partir de 1862, o el rifle Winchester 1866 calibre .44 Henry, todos de repetición por sistema de palanca.

A UN PASO DE LA PERFECCIÓN

Durante la Guerra Civil Norteamericana que se desató entre 1861-1865, las tropas iban armadas con fusiles de avancarga con llaves de percusión, pero algunas unidades probaron, de modo experimental, algunos rifles Spencer y Henry y, aunque sobre todo el Henry  demostró la mayor eficacia de su sistema de retrocarga y de repetición cuando se utilizaba a corta distancia, también quedó patente que las armas de percusión anular no podían competir en alcance ni en potencia con los fusiles de avancarga.

No podían y no pudieron hacerlo hasta que se generalizó el uso de armas de retrocarga que disparaban cartuchos de fuego central porque, por diseño, la vaina de percusión anular, al tener el reborde del culote hueco, es muy débil y no permitía que se fabricaran cartuchos potentes que generaran fuertes presiones. Por esta razón, aunque después del conflicto armado continuaron creándose armas y muchos cartuchos de percusión anular, esta cartuchería no pudo competir con la de fuego central que comenzó a hacerse cada día más popular y desbancó definitivamente a las armas de avancarga a partir de la década de 1870. Pero esa ya es otra historia.

Texto y fotos: Juan Francisco París

 

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