En el pasado he tenido el privilegio de cazar perdices en dos grandes cotos de montería, muy diferentes entre sí pero ambos con gran abundancia de patirrojas en aquella época: uno de ellos en Doñana, el otro en la Sierra de Hornachuelos.
Finalizaba el verano y en las rayas de los cortafuegos próximos a la marisma se congregaban para dormir innumerables camadas de perdices, que durante el día careaban por esas praderas de transición que se extienden entre el comienzo de la marisma y el final del jaguarzal, la zona que en Doñana se conoce como la Vera. Estos bandos numerosos de pájaros hacían las delicias de un grupo de amigos que las cazábamos en mano en el otoño, a veces conduciéndolas hasta el borde del humedal y, una vez allí, arrancaban a volar sobre las escopetas para volver a las zonas cubiertas. También he conocido cómo algunos propietarios de la región las batían y conseguían numerosas perchas, ejecutando ojeos a lo largo de la Vera.
En la Sierra de Hornachuelos he disfrutado de la hospitalidad de unos amigos que las ojeaban en las manchas de montería, a veces en áreas realmente quebradas, donde el trabajo de los batidores era arduo. Aquí las perchas eran menores, no porque hubiera una abundancia inferior de pájaros, sino porque conducirlos era muy complicado y el tiro a veces se convertía en algo imposible. Pero derribar en esas condiciones a una perdiz serrana que se lanzaba en vertical por un canuto o ascendía como un Harrier por una ladera empinada, proporcionaba más disfrute que descolgar treinta en terreno llano.
En ambos espacios naturales abundaban los predadores, desde linces hasta comadrejas, y sin embargo la población de perdices, apetecidas por todos ellos, era abundante. La especie en sí suponía un importante activo ecológico como presa natural de otras muchas especies. Y no hace falta mencionar el alto valor socioeconómico que tiene como pieza reina de la caza menor.
A veces, en puestos de montería, me han entrado tantas perdices que he añorado tener la escopeta a mano, como hacían algunos monteros viejos que he conocido.
Es un hecho evidente hoy día el acusado descenso de efectivos que la perdiz está sufriendo en todo tipo de terrenos. Desde 1973 las poblaciones de perdiz salvaje han bajado como mínimo un 50%. Las investigaciones realizadas al respecto concluyen que la causa del descenso es el cambio de hábitat inducido por la intensificación de prácticas agrícolas, lo que limita la disponibilidad de lugares para criar y produce envenenamiento con semillas de siembra tratadas químicamente.
En las zonas forestales, como dehesas, sierras, etc., se ha empobrecido el hábitat igualmente, en especial por la proliferación de vastas superficies de jarales, a causa de la desaparición del ganado y de la gestión ganadera, lo que ha acabado con las praderas de hierba. Pero aquí también ha tenido mucho que ver la superpoblación de ungulados silvestres, ciervos y jabalíes, que afecta notablemente al sistema vegetal, lo que influye en las comunidades de invertebrados, que son la base de la dieta de los pollos de perdiz en sus primeros días de vida. En algunas fincas se han contabilizado densidades de venados de 50 individuos por kilómetro cuadrado y de jabalíes de hasta 90 ejemplares por kilómetro cuadrado.
A. J. Carpio y otros colaboradores acaban de publicar un estudio en la revista Ardeola (vol. 62-2, págs 283 y sig.), acerca de los factores que afectan a la abundancia de perdiz roja en cotos de caza mayor. En él se intenta establecer relaciones entre la decadencia de la especie y el aumento de ungulados silvestres, cambios de vegetación y disponibilidad de insectos. Para llevarlo a cabo han realizado transectos para identificación de especies vegetales, estimaciones sobre la abundancia de insectos mediante trampeo, cálculo del nivel de predación mediante la colocación de nidos artificiales con huevos de perdiz de granja y de plastilina, etc. Todo ello en varios cotos de montería de la mitad sur de España.
Los resultados del estudio vienen a demostrar, con la aportación de datos técnicos, lo que la gente del campo ya sabe por experiencia propia: la incompatibilidad existente entre una abundancia de ungulados silvestres y una población saludable de perdices en estas fincas gestionadas para la caza mayor. La investigación establece además correlaciones e identifica efectos colaterales. Así, por ejemplo, los jabalíes limitan con sus hozaduras el crecimiento de la hierba, que a su vez produce una disminución de insectos hemípteros, lo que impide el éxito de las camadas de perdiz. Por su parte los venados impiden el crecimiento de hierba suficientemente alta como para procurar lugares de nido y cobertura ante la predación.
También estos factores afectan sin duda alguna a poblaciones de especies carnívoras que dependen de la perdiz y por supuesto a las de otras aves que crían en el suelo, que se ven igualmente perjudicadas.
La conclusión resumida del trabajo es que la abundancia de perdices y probablemente de otras especies de aves que nidifican en el suelo, en los cotos de caza mayor, no es compatible con la abundancia de cochinos y venados en los mismos. Está por ver además qué efecto tiene esta superpoblación de grandes ungulados sobre las especies predadoras que dependen de la perdiz y otras aves.
Javier Hidalgo